El 19 de agosto de 1781 la escuadra del teniente general duque de Crillón, apoyada por un contingente de tropas francesas, desembarcó en Menorca para la conquista de su territorio. A partir de entonces comenzó a materializarse la vieja ambición de recuperar uno de los dos enclaves perdidos por la Corona española tras finalizar la Guerra de Sucesión. Debido a su privilegiada situación geopolítica en el Mediterráneo, la soberanía de la isla suponía obtener el control y procurar la defensa del tráfico naval, hasta entonces acosado por los corsarios mahoneses que actuaban bajo bandera inglesa, además de anular su primordial condición de enlace político y económico con Gibraltar, en una operación considerada de indiscutible trascendencia internacional.
Para comenzar a tomar las riendas de este territorio las autoridades españolas se instalaron en la ciudad de Mahón, la capital elegida en el año 1722 por los ocupantes, ante la urgencia de asediar a la guarnición británica que, junto a parte de sus compatriotas civiles, se había guarnecido en la fortaleza de San Felipe.
A pesar de haber contado desde el momento de la conquista con el apoyo de la población civil, la imposición de la nueva soberanía supuso el aumento de las precauciones sobre los posibles casos de traición de parte de los habitantes de la isla. La inseguridad provenía de la eventual existencia de mahoneses afectos al dominio británico que podían estar implicados en presumibles sabotajes contra los intereses de la monarquía española. El motivo de dichas conspiraciones era porque podían perder la protección al corso y la posterior comercialización de esos productos a través de Inglaterra, es decir, se acabaría la más que laxa política recaudatoria a la que están sujetos aquellos que comerciaban con los británicos, cambiándola por una fiscalidad férrea de la corona española.