Esta tendencia al personalismo que ahora se ofrece al gran público siempre ha tenido sus defensores, unas veces por inercia, otras por defender posiciones historiográficamente monárquicas en las que determinados historiadores de esta tendencia han querido dar protagonismo a sus reyes y,finalmente, en tercer lugar entre sectores ideológicos que, más o menos maquiavélicamente, han tratado de quitarle protagonismo histórico a las masas, concediéndoselo a sus dirigentes.
En este último caso se trataría de convertir la Historia en un relato inocente, lúdico, para entretenimiento en los ratos de ocio y desprovisto de toda crítica, vaciándola de contenido en su más genuina función que no es otra que la de maestra de la vida y provocadora de las conciencias (…)
(…) Carlos III más que tomar parte activa en las realizaciones de su reinado, tuvo el mérito de saber elegir en cada momento a los ministros idóneos y capaces.
Efectivamente, si tenemos que hacer caso a sus biógrafos contemporáneos, como el conde de Fernán-Núñez, el monarca no era precisamente un gran trabajador en términos de gabinete, ya que tenía una afición obsesiva por la caza, actividad que practicaba casi a diario y que le ocupaba toda la jornada. Sólo al regresar por la noche despachaba con sus ministros.