A partir de mediados del S. XVII la táctica del combate naval cambia, la victoria se decide por el fuego artillero gracias a los avances y mejora en los cañones. Es el tiempo del navío de altas bordas con varios puentes erizados de cañones.
Confiando en el impulso de las velas, y la pericia en el empleo de las mismas, los navíos maniobraban buscando la mejor posición. Navegando en línea presentaban el flanco artillado. La rapidez, la destreza y la sangre fría, suponían cañonear más y mejor, la victoria o la derrota en definitiva.
Los navíos van aumentando en tonelaje y número de cañones. Por su menor coste, se acaban imponiendo los cañones de hierro sobre los de bronce, artillar un navío con bronce podía costar tanto como el propio navío.
No desaparecen las galeras, pero se emplean exclusivamente en el Mediterráneo, mientras que en el Atlántico fueron la nao y el galeón de gran tonelaje, los más empleados.
La velocidad del navío, para aproximarse a otros de menor potencia, o alejarse de aquellos que le superaban, derivaba en persecuciones que podían durar días.