La imagen que ilustra este artículo corresponde a la entrada al Hornabeque de la Fortaleza de Isabel II, La Mola, un recinto que dispone de un amplio y profundo foso con ángulos entrantes con cañoneras y, en su parte central, el Hornabeque, que reforzaba la defensa de acceso terrestre a la fortaleza. La artillería de los distintos niveles de fuego, defendían el foso, con los niveles inferiores, y los accesos terrestres de la península y marítimos, con los niveles superiores. Cabe destacar la galería aspillerada, un corredor para fusilería de casi medio kilómetro de largo, que defendía el foso y el camino cubierto.
Para solucionar el problema del abastecimiento de agua en caso de sitio se construyeron una red de cisternas y canales de conducción de las aguas pluviales que eran recogidas en grandes aljibes, siendo previamente drenadas y liberadas de impurezas en varios decantadores.
La fortaleza de Isabel II es una de las últimas de aquella calidad. Paradójicamente, a su terminación, tras 20 años (1850-1870) de trabajos y penurias, ya había quedado obsoleta ante el impetuoso desarrollo de las nuevas armas ofensivas, la «revolución artillera», y al avance de la marina de guerra.