La fortificación medieval de muros altos y poco gruesos servían para evitar el asalto de la infantería, pero con la llegada de la pólvora y el desarrollo de la artillería, los muros de esas características no podían resistir el continuo impacto de los proyectiles; como consecuencia, los muros van disminuyendo en altura y aumentando en grosor.
A mediados del S. XVI el sistema “abaluartado” se había impuesto en toda Europa. Muralla ancha y terraplenada en su parte superior, baluartes en las esquinas donde asentar la artillería, muros con escarpa (pared inclinada) que empieza en un foso, y sobre la contraescarpa (pared contraria del foso), un camino cubierto que rodea todo el conjunto y domina el glacis (espacio despejado exterior).
Con el fin de proteger la escarpa de las murallas de los impactos directos de la artillería, se construía delante otra estructura triangular (revellín). El revellín, de menor elevación y sin protección en su gola (parte posterior), podía ser batido desde la muralla principal.
Director Tcol. Bartol